Mi nombre es Mónica, soy madre y desde hace más de 4 años estoy luchando para proteger a mi hija.
Todo empezó a principios del 2011 cuando mi ex marido empezó a presionar a mi hija para hacer cambios en el régimen de visitas que teníamos estipulado.
Si entonces me hubieran contado cómo iba a terminar esta historia les aseguro que me hubiera parecido una barbaridad.
Mi hija tenía 15 años y ambas disfrutábamos de lo que el psicólogo forense posteriormente calificó: “de una muy buena relación madre-hija”, pero para mí estar con mi hija era lo más. Compartir momentos de risas, de sus trabajos, de nervios por exámenes, de confidencias, ¡era lo más! Que me llamará simplemente porque tenía ganas de contarme… era lo más!
Y de ahí mi asombro al mirar ahora hacia atrás y admitir lo mucho que han cambiado
las cosas.
Fue el 24 de julio de 2011 cuando mi hija me dijo llorando que no podría volver a casa después de pasar las vacaciones con su padre.
A partir de entonces empezó mi pesadilla, esta especie de travesía, hacia la impotencia.
Mi hija ya hacía tiempo que venía sufriendo las presiones de su padre. Una presión
psicológica tan fuerte que la llevo a preferir anular toda relación conmigo y con toda su familia antes de continuar soportando tanta presión.
Pensando en proteger a mi hija de este maltrato acudí a la vía judicial. Son varios los
juicios, las demandas, las visitas a comisaria denunciando los incumplimientos de la
sentencia del juez que en ningún caso han servido para nada. A pesar de tener la
custodia de mi hija, a pesar de que en todas las sentencias y autos se ha confirmado
que mi hija debe estar conmigo hace más de cuatro años que no disfruto de la
compañía de mi hija.
Durante todo este tiempo he ido viendo como mi hija batallaba contra lo que quería y
lo que podía, como iban adoctrinándola para que mintiese a base de amenazas del
estilo «si no dices tal cosa al juez, tu padre perderá mucho dinero, o peor lo pondrán
en la cárcel”, “tu madre no te quiere, sino te dejaría estar aquí”. Una completa
manipulación emocional aprovechando la vulnerabilidad que conlleva la edad
adolescente.
¿Se imaginan la presión que tiene que recibir un hijo para llegar a rechazar ver a su madre o padre?, Para mentir a todo un juez?, ¿Para matar en vida a toda una parte de su familia?
La razón por la que escribo esta carta es básicamente para pedir vuestra ayuda para impulsar los cambios necesarios en nuestro sistema judicial y ayudar a sensibilizar a la sociedad de este problema, que por desgracia se confunde la mayor parte de las veces etiquetándolo como un tema relacionado con la rebeldía característica de la adolescencia, o de los típicos problemas paterno-filiales. ¡y no es así!
A mi hija, la han presionado, la han ido aislando de todo lo que antes era su entorno.
No sólo han conseguido que prefiera ser huérfana a sufrir esta presión, sino también hacia su familia materna con la que tampoco le permiten tener contacto.
No hay un solo día en el que no piense en ella. No hay un solo día en el que no suene mi teléfono y me dé un vuelco el corazón deseando ver su nombre en la pantalla y tampoco hay un solo día en el que no camine por la calle con la esperanza de encontrarme con ella al girar la esquina….
Mientras no me rendiré y seguiré esperando que mi hija vuelva, que el tiempo y las experiencias le den fuerzas para salir de esta pesadilla en la que vive a diario. Aquí me encontrará.
Ser un hijo Filia, es tal vez, casi como una muerte lenta… Es imposible de transmitir con palabras…El amor, la admiración por mi padre (sentimientos tan naturales y sanos que tienen todos los hijos) yo no los tuve… se fueron muriendo poco a poco. Era es un esfuerzo mental tan grande dejar de quererlo, tan antinatural. El miedo y el pánico de demostrar lo que sentía por él se apoderaba de mí como un gigante y sólo podía ser lo que mi madre quería que fuera: Mi vida le pertenecía solo a ella. Mis gestos, miradas, palabras, silencios, todo era controlado. Cada día que pasaba me alejaba un paso más.
No sé quién era yo, no me reconozco en esa niña que fui…
Hoy día, sigo pensando quién era… y cómo la mente de un niño puede estar tan manipulada.
La única certeza que sí tenía es que era el único camino posible. Ella era mi persona. El resto era un vacío inmenso y oscuro.
Recuerdo que en algunos momentos de “lucidez”, flashes, deseaba que mi padre le pusiera un freno, la enfrentara, deseaba que haga lo que yo no podía hacer. Pero él cedía una vez más. Hoy entiendo, que por amor y por no perdernos del todo, siempre a sus imperativos, a sus desplantes, a sus manejos actuó así. Claro que lo que él no sabía era que así cada día nos alejaba más de él.
La vida me ha regalado su Reencuentro y con él aprendí (solo con él) la incondicionalidad del amor.
Daría lo que fuera por tener la oportunidad de pasar una tarde con mis nietas y poder abrazarlas aunque sea una vez. Ya no pretendo ni contarles la verdad de lo que las han hecho al otro lado…como íbamos a imaginar que nuestras nietas iban a denunciar a su propia madre, nuestra hija! Y no querer volver a verla.
“Todavía tengo guardados todos los regalos de Navidad y de cumpleaños en el fondo del armario. Me gustaría dárselos algún día no muy lejano. Desde esta habitación de hospital sueño con que entra por la puerta y me da un beso… No se lo digo a mi hija para no hacerla sufrir… bastante tiene ella ya con los juzgados…”
“La semana pasada vi a mi nieta por la calle y se cruzó de acera. Sé que me vio porque le llamé y giró la cabeza. A esta nieta le he criado yo desde bien chiquita, y ahora ni me mira a la cara. Desde que se separaron sus padres la niña ha cambiado y yo no entiendo nada. No entiendo cómo nos pasa esto, siendo personas normales que nunca tuvimos problemas y nos llevábamos todos de maravilla, éramos una gran familia. Y ahora nos la han roto.
Abuelo, 85 años.
Siempre la realidad supera a la más increíble de las ficciones. Y hasta el 3 de enero de 2012 yo estaba convencido que esta frase era una exageración.
A finales de julio de 2011, yo me despedía del que pensaba que sería mi último viaje a Rusia, dándome un merecido homenaje en Amsterdam. Atrás quedaba una mala experiencia sentimental y el desengaño acerca del mito de la mujer rusa como paradigma de todas las virtudes.
Siete meses de infructuosa búsqueda de una normal convivencia matrimonial frente a las más disparatadas peticiones para que tal convivencia se diese: “Quiero antes un piso a mi nombre y sin hipoteca, quiero una nacionalidad española y un pasaporte español, quiero un sueldo mensual de al menos mil quinientos euros, quiero que vendas tu casa y la mitad me corresponde según la ley rusa, etc.”
Al final la paciencia se agotó. Ultimátum de por medio dije que o bien se procedía a la normalidad o aquello se rompía, y se rompió.
En los meses siguientes, mientras yo pensaba que se estaban presentando los documentos que yo había enviado para proceder al divorcio en Rusia, mi única comunicación con ella fue el envío de un poder notarial para que pudiera comprar un apartamento nuevo en San Petersburgo. Señal inequívoca que la decisión había sido asumida, cada uno por su lado.
Transcurrieron los meses y acercándose las Navidades me hicieron una propuesta para dar la bienvenida al 2012 en una dacha a las orillas del Báltico. La invitación surgió de unos amigos rusos, uno de los cuales era a su vez esposo de la mejor amiga de mí ya casi ex esposa.
Todo fue de maravilla hasta el día 3 de enero. “Que sepas que tu ex está muy enferma en un hospital en Pushkin, lleva allí internada desde el primeros de año”. La cortesía se imponía y allí me fui yo con el tradicionalmente ruso ramo de flores a visitar a la convaleciente.
Aunque la tensión se palpaba ella me recibió con una forzada sonrisa y exagerada alegría.
“Que bien que estuvieras por aquí, así te doy la noticia más pronto de lo que yo pensaba pero tengo que dártela. Estoy embarazada”
“Enhorabuena y Felicidades, al fin y al cabo ser madre de nuevo era una de tus ilusiones”. A lo que ella me respondió: “Enhorabuena a ti que vas a ser papá de nuevo”.
Mi primer pensamiento fue que me quería adjudicar la “obra” de otro escultor, por lo que se sucedieron mis respuestas a fin de dejar las cosas bien claras y la imposibilidad matemática en la adjudicación de la autoría.
“No, no, estás muy equivocado. El padre eres tú sin duda alguna ya que este embarazo ha sido producto de una fecundación in vitro”. Mi perplejidad fue mayúscula. Eso era imposible.
O no tanto al tratarse de un país como Rusia donde impera la corrupción más galopante.
En julio del año anterior, como un pacto para afianzar y empujar la normalización del matrimonio ante la imposibilidad de que ella tuviera un embarazo por la vía natural, yo había establecido un contrato de crio conservación de mi esperma en el Hospital Mariinsky de San Petersburgo y ante el director del Dpto. de Ginecología y Reproducción Asistida. En este contrato se establecían una serie de estipulados, entre ellos que dicha crio conservación duraría sólo un mes, hasta el 26 de agosto de 2011; llegada esa fecha y si no había contraorden por mi parte, esta muestra se destruiría en su totalidad.
Además de ello, si yo quería prorrogar el plazo de crio conservación, tendría que personarme en dicho hospital y hacer un nuevo contrato por el nuevo periodo de tiempo. Además de ello, se establecía que el uso de la muestra dentro del periodo establecido de un mes sólo se realizará bajo mi autorización personal y presencial. Yo estaba convencido de que todo estaba atado y bien atado.
O no tanto al tratarse de un país como Rusia donde impera la corrupción más galopante.
En mi cabeza todo empezó a cuadrar. La compra del caro apartamento en la mejor zona de San Petersburgo, la extraña y apremiante petición de auxilio económico que me hizo en noviembre del 2011 a la que respondí: “Te lo envío en rublos?” … “No, no hace falta, he abierto una cuenta en euros en un banco de aquí” me dijo ella.
Y aquí empieza mi calvario y por ende el de toda mi familia, sobre todo el de mi pobre hijo Miguel, protagonista inocente de esta historia y el mayor perjudicado.
A la madre de mi hijo le dije que, como es de honor y gallardía, yo reconocería a este niño y que me ocuparía de él en todas sus necesidades. Asistí personalmente a su nacimiento al igual que lo había hecho con sus tres hermanos mayores muchos años atrás. Fui el primero en tenerlo en brazos y lloré de amor y emoción como si hubiera sido el primero de mis niños.
Desde ese momento mi objetivo vital iba a ser minorar en todo lo posible, el impacto de la anormal situación en la vida de mi hijo recién nacido. Se suceden las propuestas a la madre para que se venga a vivir a España y sus respuestas cada vez más exigentes. La primera, conseguir una nacionalidad española para ella y un pasaporte español. Como si estuviera en mis manos. Y sobre todo dinero, y más dinero para supuestamente pagar el costoso cuidado del niño ya que en Rusia nada es gratis.
Y como era evidente, intercambio de visitas a mi hijo por dinero, fotos de mi hijo a cambio de dinero, grabaciones de sus primeros sonidos por dinero. No volví a ver a mi hijo hasta enero de 2013 a pesar del dinero enviado.
La convencí para que viniese a España a pasar los 10 días de vacaciones de las navidades rusas. “Para viajar con un niño tan pequeño necesito todas las comodidades”. Billetes en Business Class, hotel de 5 estrellas y todos los gastos pagados. “Eso sí, prohibido que tus hijos mayores se acerquen a Miguel, lo mismo para toda tu familia. Si alguien se acerca me voy”. Pero fueron 10 días en los que pude disfrutar de mi bebé como yo quise. Él es parte de mí y mi felicidad va ligada a su felicidad.
Volví a convencerla para que viniese a España para el primer cumpleaños de Miguel, el 22 de julio de 2013. Por supuesto las mismas condiciones que en el viaje anterior, pero esta vez un hotel a pie de playa. En cuanto al acercamiento de los hermanos, se dejó seducir por 600€ y permitió que celebrasen con Miguel su primer cumpleaños. ¿Y la abuela paterna? Con 800€ se le acabaron los escrúpulos para que mi madre pudiese disfrutar de su nieto pequeño durante media hora. La única media hora en la que Miguel disfruto del amor de su abuela en sus brazos.
Pero 20 días con mi niño en todo un año me sabían a muy poco. En octubre y aprovechando una feria comercial en San Petersburgo, le pedí si podía visitar a Miguel. Para mí era fundamental que entre los dos creciese ese vínculo paterno filial que haría más fácil nuestra relación a tantos kilómetros de distancia.
Y ella accedió. Desde el 20 de octubre al 17 de noviembre. “Incluso puedes estar en casa en la habitación libre, eso sí, me pagas tú los dos meses de hipoteca, 1.430€”. Como si no fueran suficiente todo el dinero que le enviaba cada mes. La ventaja, tendría a mi hijo 24 horas al día para mí.
Y todo iba bien hasta que le llegó una carta del Ministerio del Interior de España, su solicitud de nacionalidad española evidentemente fue denegada. No reside ni residió en España. Enfado monumental y castigo ejemplar. Expulsado de la casa a las 11 de la noche, nevando y a 20 bajo cero. Y lo peor, a 10 días de mi fecha de vuelta a España.
Fueron 10 días de ruegos, de súplicas, de implorar a su corazón y que al menos me dejase ver a mi hijo aunque sólo fuera de lejos. No se movió de donde estaba. “Te hago saber que los días que te he permitido estar con tu hijo van a cuenta de las visitas del próximo año 2014” Al final, el día antes de mi vuelta a España, me permitió disfrutar de Miguel durante tres horas, bañarlo, darle de cenar, leerle un cuento en español y esperar a que se durmiese en mis brazos. Con el corazón destrozado, con un nudo en la garganta me despedí de él ya dormidito. No sabía cuándo volvería verlo.
Y así fue, su prohibición se cumplió y durante todo el 2014, y a pesar de todo el dinero que le pasaba todos los meses, no me permitió verlo ni un solo día. Entonces me decidí. Ya bastaba de transigir y plegarme a cada uno de sus caprichos. No podía ni quería estar a su merced para poder disfrutar de mi hijo.
Me dirigí al hospital donde habían cometido el fraudo y solicité todos los documentos que probasen la fraudulenta inseminación, la falsificación de mi firma y averiguar qué es lo que habían hecho. Una y otra vez se negaron a proporcionarme ningún documento. Ahí fue donde oí por primera vez el después tantas veces repetido “Европейская собака” = Perro europeo.
No fue hasta enero de 2015 cuando acompañado de un traductor, de un abogado y con una solicitud oficial ante notario me proporcionaron de mala gana una parte de los documentos solicitados. Y estaba más claro que el agua: Inseminación realizada el 15 de noviembre de 2011 (yo abandoné Rusia 3 meses antes), contratos de prórroga de crio conservación firmados por diferentes personas en mi nombre, contrato de descongelación e inseminación con otra firma diferente a las anteriores y también en mi nombre.
Solicité de dos peritos calígrafos un informe sobre dichos documentos. Los dos fueron concluyentes y claros, no eran mis firmas. También hice certificar mi pasaporte con sus visados de entrada y salida, yo no estuve en Rusia hasta el 30 de diciembre. Y con todo ello mi abogado presentó una denuncia ante la Policía de San Petersburgo.
Le volví a rogar a la madre de mi hijo que me permitiese visitarlo y verlo durante esos días. Accedió a cambio de dinero, como no, pude estar con él a razón de tres horas al día todas las tardes. Pero poco duró la alegría. Al quinto día de las visitas y una vez que llegué a mi apartamento recibí un correo que me informaba: “Con estos cinco días se ha cubierto el cupo de visitas que realizarás a Miguel durante el 2015”. Y Punto.
La llamé mil veces, le escribí mil correos. No hubo respuesta. Averigüé la dirección de la Guardería Infantil a la que acudía Miguel, allí acudí acompañado por un traductor y solicité ver a la Directora. Ni me abrieron las puertas. Al día siguiente acudí con un abogado y un notario y esta vez me recibió. Me contó una historia abracadabrante que le había contado la madre sobre mí. Tan forzada, tan irreal que me asombró que la creyese. Y empecé a mostrarle documentos, uno tras otro sobre la cruda realidad. El fraude en la inseminación, la nula convivencia y cada uno de los justificantes de las transferencias de dinero. Y se me abrieron las puertas. Conocí el aula de Miguel, me dieron trabajitos que había hecho con sus deditos, pude tocar sus cosas y me rompí, me eche a llorar como nunca lo había hecho antes. Y la que considero mi “hermana rusa” la profe de Miguel acudió a rescatarme de ese pozo: “No te preocupes yo haré que para Miguel estés presente cada día”. Y así lo hizo.
Una vez repuesto empecé con los trámites judiciales para lograr la custodia de mi hijo. Debía evitar a toda costa que fuese, de por vida, un instrumento de chantaje a manos de una desalmada. Con la abrumadora cantidad de pruebas: Correos electrónicos, las pruebas del fraude, las transferencias, fotos, grabaciones, videos, era imposible que un juez normal no dictase una sentencia justa.
O no tanto al tratarse de un país como Rusia donde impera la corrupción más galopante.
El primer golpe vino por parte de la Policía. Cinco meses más tarde de mi denuncia habían dictaminado que no había delito. Después de una “exhaustiva investigación” que consistió en: visita al hospital, el doctor no estaba. Visita al domicilio de la denunciada, ella no estaba. Concluimos que no hay base para la comisión de tal delito”.
Acudí al Consulado General de España. Una gente a la que cuanto elogio pueda dar es poco. Entendidas sus escasísimas atribuciones, ellos enviaron una carta al Mayor General de la Policía. Este, de una forma en la que sólo pueden hacerlo los rusos, los mandó a paseo sin más remilgos.
A las pocas semanas recibí un mensaje de un hombre que decía que era Teniente Coronel de la Policía. Hablé con él por video conferencia y, en resumidas cuentas, me dijo que si quería que se cambiase el sentido del dictamen de la investigación habría que motivarlos de alguna forma. Un soborno de 20.000€. Evidentemente dije que no. Y ahí se acabó la vía para enjuiciar al hospital por el fraude cometido.
En cuanto al juicio por la custodia de mi hijo. Otro desastre exactamente igual. Después de tres vistas judiciales donde mis pruebas, debidamente legalizadas y traducidas al ruso (SMS, pantallazos de WhatsApp, correos, transcripciones de videos y grabaciones, etc.) fueron desechadas en bloque por la jueza, sin embargo, los “informes psicológicos” pagados por la madre, los informes de los servicios estatales de Tutela de Menores, la Oficina Presidencial de Derechos del Menor donde, sin conocerme, sin haberme entrevistado, sin haber estado presentes en alguna de las visitas a mi hijo, coincidieron en que “era imperioso conceder a la madre la custodia del menor para evitarle las influencias extremistas que podrían contaminarlo al llevar una vida en Europa.” En cuanto al evidente fraude y falsificación en la concepción de Miguel: “Este Tribunal rechaza las alegaciones del demandado sobre la actuación ilícita de la demandante en cuanto a la inseminación in vitro en ausencia del consentimiento del demandado, por no ser relevantes para las conclusiones del juicio”.
Y de esta forma se oficializó, y ha creado jurisprudencia, las falsificaciones y fraudes en in vitro que después se pusieron de moda en Rusia.
A partir de ese momento y con su patente de corso en la mano, ella empezó a infligir sobre mi hijo cuanta barbaridad se le ocurría para poder someterme a chantaje económico. El día 2 de diciembre de 2015 mi Miguel desaparece de la Guardería a la que acudía. De pronto y sin avisar. Ni la profesora ni la directora sabían decirme donde estaba. Escribí a todas las oficinas de Tutela de Menores, a la del Defensor del Niño y al Consulado General de España en San Petersburgo. Al final pude averiguar que a Miguel lo había encerrado su madre en un orfanato el día 2 de diciembre. Solicité a ese orfanato que liberasen a mi hijo, que tenía un padre en España y me dijeron que era voluntad de la madre y que la madre tenía la custodia. Me enviaron el documento de internamiento de mi bebé de sólo 3 añitos en el orfanato.
Logré contactar con la madre y me dijo que ella no tenía tiempo de ocuparse del niño y que lo recogía de viernes a domingo. Después de negociar con ella le dije que cuanto quería para sacar al niño del orfanato: “20.000,00€” Y se los transferí. El día 2 de junio de 2016 Miguel salía del orfanato.
El día 25 de junio me presenté a verlo. Fueron 5 días en los que mi niño no se apartó de mí, pegado a mí como una lapa, jugamos, fuimos a la piscina, dibujamos, corrimos y nos reímos como nunca. Aun me llena y emociona cada instante que pasé con él, durante esos cinco días que me permitieron estar con él. Me fui y con lágrimas en los ojos le dije que pronto volvería.
El día 26 de agosto, según había pactado con la madre, volví para estar con mi hijo 10 días, a razón de tres horas al día. Y ese mismo día lo ingresó en cuarentena en un hospital para infecciosos. Yo no daba crédito. Me presenté en el hospital con todos los papeles en la mano y solicité ver a mi hijo. Me lo negaron. Una buena doctora después de tres días intentando verlo, me explicó que la madre había pagado al director de planta para mantener allí al niño en tanto durase mi visita. Entonces, y como es costumbre, presenté denuncias: ante el hospital, ante la fiscalía, ante la Oficina de Derechos del Niño, las tutelas y se lo comuniqué al Consulado.
A la semana, harto ya de excusas y con todos los papeles en la mano subí sin que me viesen a la planta. En un box de cristal estaba mi hijo jugando con unos coches de juguete en el suelo. Le grité “Migushaaa” y el levantó la vista. Al verme echo a correr hacia el cristal que nos separaba gritando “Papa, Papa” y echándome sus bracitos. En eso la madre salió corriendo a buscar al personal de la planta. Volvió con ellos y personal de seguridad. Intenté explicarles y les mostré que una sentencia judicial rusa me permitía estar allí. De nada sirvió, al llegar abajo había dos policías que me agarraron y empujaron fuera del hospital. Cuando quise mostrarle el documento donde se establecían mis derechos, uno de ellos me lanzó un puñetazo a la cara mientras decía el consabido “Европейская собака”. El resultado, la cara hinchada, dos muelas menos y las gafas rotas.
Volví a los pocos días con mi cara como un pan y estaba de guardia la doctora del buen corazón. “No se preocupe, esta mañana le he dado de alta al niño y esta tarde usted lo podrá visitar en su casa”. Me dejó verlo unos instantes durmiendo en su camita. Pero no fue así, a la tarde cambiaron el alta y permaneció en el hospital hasta que me fui de vuelta a España el 7 de septiembre de 2016.
La despedida de ella fue elocuente: “Así aprendes que mi cuenta bancaria está hambrienta” y me lo plasmó en un correo electrónico.
El shock vendría un mes más tarde. El 22 de octubre me comunica que han llegado a Myski, Kemerovo Oblast. La Siberia más profunda y se van a quedar a vivir allá, a 8.400 Km de mí.
Y allí en ese pueblo, y en su condición de abogada, le otorgan el cargo de Alguacil Judicial Jefe. Desde entonces se han sucedido los juicios, sin mi presencia, sin representación, sin nada de nada, donde al fin me han condenado, si piso suelo ruso, a 2 años de cárcel y uno de trabajos forzados. Aun no sé por qué delito. Pero esto tiene un precio, otros 55.000€ que por correo electrónico me pide ella cada fin de semana. Nunca más he vuelto a ver o a comunicarme con mi hijo.
Y en todo este relato he omitido a propósito una cuestión. Toda esta situación fue puesta en conocimiento de las autoridades españolas, tanto del Ministerio de Exteriores como del Ministerio de Justicia (Autoridad Central). Lo único que puedo decir es que tienen un bonito perfil egipcio.